La Caprotti

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viernes, 10 de julio de 2015

El Circo

El Circo

23 de abril de 2009 a las 13:32
  El Circo

    Se anunciaba la presencia de un circo en el pueblo a través de afiches callejeros o volantes que se repartían en los negocios, por lo menos quince días antes de su arribo. Un movimiento inusual de vehículos extraños y carromatos vivienda que aparcaban en el terreno municipal previsto para el efecto, nos preparaba para lo que acontecería en pocos días más.
    Luego, los camiones que transportaban la carpa, animales y demás enseres, irrumpían la monotonía del pueblo con ruidos y rugidos. Por fin el día previo al debut se contrataban changadores y obreros para armar la carpa y las jaulas; al atardecer las luces iluminaban con guirnaldas la carpa y sus alrededores.
    Alrededor de la pista central y única se armaban los palcos, más atrás las plateas preferenciales con sillas acolchadas, luego las comunes con las mismas sillas de chapa sin almohadoncillos y por último unas tribunas de madera para las populares. Sobre la lona circular estaban colocados varios cables para los equilibristas y más arriba la máxima atracción: los trapecios voladores. 
   Los chicos ayudábamos en el armado de las sillas y algunos otros trabajos livianos y a veces nos ganábamos una entrada.    La función comenzaba tarde, a eso de las 21 horas, que en invierno significaba que hacía dos horas que helaba, por lo que al trasladarse las familias al circo para las tres horas de entretenimiento, se acompañaban de las correspondientes estufas o tal vez bolsas de agua caliente para amenguar el frío que se transmitía desde el pasto recién cortado hasta las sillas de chapa que parecían salidas de un freezer y de allí a nuestras asentaderas.
    Sí, era un sacrificio presenciar una función de circo en aquellos años, pero qué bien que lo pasamos viendo a los payasos, los equilibristas, malabaristas, luego venían los animales amaestrados y por último los trapecistas para culminar la jornada con una obra de teatro gauchesco o de conventillo, donde el payaso era el galán, la contorsionista la novia infiel, el trapecista el amante y todo se mezclaba de tal manera que era cómico en la tragedia, risueño en la adversidad, y triste en la alegría. 
   Terminaba el teatro circense y los espectadores aplaudían a los artistas, abucheaban al asesino de turno y se sorprendían de que el muerto saliera a saludar junto con los demás. Y entre comentarios alentadores y deseos de volver a verlo, regresábamos a nuestras casas pisoteando el pasto crujiente por la helada nocturna.

  • Phil 2009-04-23